Contexto histórico

Nuestro festival tiene lugar en uno de los lugares más remotos del mundo, en el contexto de un conflicto olvidado que durante más de 40 años ha sometido al pueblo saharaui a una prolongada y brutal ocupación por Marruecos y a un duro exilio en el desierto argelino. 

El territorio del Sáhara Occidental, rico en recursos naturales (fosfatos, pesca y posibles depósitos de petróleo), fue colonia española hasta 1975, cuando un pacto entre Madrid, Marruecos y Mauritania dejó de lado el proceso de descolonización y autorizó a ambos países a invadir el Sáhara con el apoyo de Francia y Estados Unidos.

Mapa de la MINURSO con las fronteras del Sáhara Occidental, Argelia, Marruecos y Mauritania.

La mitad de la población saharaui — miles de mujeres, niños y hombres — huyó de la brutal invasión militar y fue bombardeada por Marruecos desde el aire con napalm y fósforo blanco durante su éxodo hacia Argelia, donde en 1976 las mujeres saharauis construyeron los campamentos cerca de Tinduf. Durante todos estos años, mientras los hombres luchaban en el frente las mujeres saharauis construyeron y lideraron una sociedad en el exilio a la espera de poder volver a su tierra.

Pero los marroquíes habían llegado para quedarse: tras una guerra de 16 años entre el Frente Polisario (movimiento de liberación saharaui) y Marruecos, un alto el fuego auspiciado por Naciones Unidas en 1991 trajo la promesa de un referéndum de autodeterminación que Marruecos no ha permitido hasta hoy. En todos estos años, cientos de saharauis han sido asesinadxs, desaparecidxs, encarceladxs y torturadxs en cárceles marroquíes, y más de 500 siguen en paradero desconocido.

Aproximadamente la mitad del pueblo saharaui sigue viviendo en su tierra del Sáhara Occidental bajo un estado policial marroquí, donde no existe la libertad de expresión y donde sus derechos políticos, sociales y culturales son sistemáticamente denegados. La otra mitad vive en el exilio cerca de la ciudad argelina de Tinduf en el corazón del desierto del Sáhara, en un territorio conocido como “el jardín del diablo” donde en verano las temperaturas pueden alcanzar los 50 grados centígrados. Prácticamente todas las familias fueron partidas por la mitad.

Un muro minado construido por Marruecos de 2.700 kilómetros de largo, el segundo más largo del mundo después de la Gran Muralla China, les separa. Esta trinchera en el desierto, patrullada por más de cien mil soldados marroquíes y sembrada con unos siete millones de minas antipersona que siguen matando y lesionando la población saharaui, es conocida como “el muro de la vergüenza”.

Mientras lxs saharauis bajo ocupación sufren altas tasas de desempleo y discriminación a la vez que Marruecos expolia sus recursos naturales, la población refugiada depende de ayudas humanitarias cada vez más menguantes. Apenas hay acceso a servicios básicos como el agua potable, y las oportunidades para la juventud son casi inexistentes.

Aún así, el pueblo saharaui ha sido capaz de organizarse como pocos pueblos exiliados: cuenta con un gobierno en el exilio, la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) reconocida por decenas de países, y con una de las tasas más bajas de analfabetismo en toda la región — mucho más baja que la de Marruecos. El gobierno saharaui sigue priorizando la educación entre la población para poder reconstruir un Sáhara libre. Y las mujeres siguen siendo un pilar esencial en la sociedad saharaui y una inspiración de fuerza y de lucha para su pueblo.

Hoy, ningún país del mundo reconoce la soberanía de Marruecos en el Sáhara Occidental, y dos fallos recientes del Tribunal de Justicia Europeo dan la razón al Frente Polisario: los acuerdos de pesca entre Marruecos y la Unión Europea no pueden incluir productos extraídos del Sáhara Occidental, al no tener Marruecos jurisdicción sobre el territorio.

Mientras, el pueblo saharaui sigue esperando a que el Consejo de Seguridad ponga fin a más de cuatro décadas de espera para poder ejercer su derecho a la autodeterminación. Ante la violencia empleada por Marruecos, el pueblo saharaui apuesta por el diálogo; ante la ilegalidad de la ocupación, lxs saharauis enarbolan la legalidad internacional, y ante las alambradas, las porras y las minas antipersona, lxs saharauis construyen pantallas de cine, levantan carpas de circo, cosen jaimas con piel de camello, montan festivales y escuelas sobre la arena y tejen redes de solidaridad para alzar sus voces y exigir lo que les pertenece: el derecho a poder decidir libremente sobre su futuro.

Una fortificación de más de 2.000 kilómetros rodeada de minas antipersonas divide de norte a sur el desierto del Sáhara.